Give me, Africa: El tren viene hacia mí.

Pasar de vivir en una pequeña villa como Segovia (60.000 seres), a una ciudad gigante como Dakar (casi 4 millones de seres) no es algo fácil.

En la pequeña ciudad castellana uno vive tranquilo, es un lugar donde a veces pasear es no encontrarse con absolutamente nadie; donde sabes que con una llamada y 10 minutos caminando puedes encontrarte con la gente bonita que acompaña tus instantes; donde conoces cada recoveco y sabes que, aún jugando a la deriva y a perderte llegará un punto en el que te encuentres y sepas volver a casa… en la que, con suerte, te espera puro amor y pura sonrisa; donde no llamas la atención, donde, joder, estás en una burbuja de confort que, a pesar de lo miserable de tu condición laboral, te permite estar de alguna manera relajado y pensando en tus sueños…

En la metrópoli africana, jugar a la deriva es jugársela a no saber donde vas a acabar (salvo que acudas al mapa, ¡pero eso no es derivar!), supongo que como en cualquier ciudad gigante; paseando siempre hay gente, muchas veces vendiendo algo, sea la hora que sea (los senegaleses no paran de buscarse la vida… ¿o de encontrarla?), muchas veces andando, o hablando, o sentados observando el devenir; para ir a ver a alguien que no viva en tu barrio, igual tienes que hacer 20 minutos de taxi o sus correspondientes 60 minutos andando, como poco. Además echas de menos que las personas que vas a ver no sean las personas bonitas que llevan acompañándote tantos años (una vez posado comienzo a echaros mucho mucho de menos). Son mis primeros pasos. Tampoco digo con esto que aquí no haya gente bella, la hay, y estamos comenzando a conocernos. Y aquí sí, aquí llamas la atención. Eres un ‘toubab’, blanco en wolof, que es lo que se habla aquí junto a la colonial lengua francesa. Esto no es algo que me haga mucha gracia, pero no por verme diferente (¿qué es ser diferente?), sino por todo lo que conlleva ser el blanco de todas las miradas en un continente en el que el blanco quiere a todos ciegos.

Me siento, de alguna manera, en un presente continuo. Aquí se me ha dado la oportunidad de demostrar mis aptitudes. Me siento valorado, aunque aún sea una dispersión mi labor aquí. Me han escogido por el camino de sueños que he intentado sembrar durante años, contra viento y marea, en la Segovia ‘habitada’. Allí, a pesar de demostrar en muchas ocasiones mi disposición y conocimiento para revolver la escena cultural, no encuentro la oportunidad de vivir de ello (suelo pagar el pan). Allí hay gente que hace y ama el arte, y gente que lo monopoliza. Aquí soy un cero. La nada adelante y detrás. Un precioso cero a la izquierda que no batalla por ser un uno o un dos, sino por ser un número que cuente.

Y es maravilloso, a la vez que abrumador, salirse del tablero y rediseñar mis piezas. Esta primera semana tengo un ying-yang de emociones: por un lado me siento algo desbordado por el cambio de escenario. Por el cambio de hábitos. Por el cambio de idioma. Por el cambio de quehaceres. Pero es que, a la vez, me siento afortunado y feliz por el cambio de escenario. Por el cambio de hábitos. Por el cambio de idioma. Por el cambio de quehaceres. Por poder mirarme frente a un espejo, solo, y escudriñar cada emoción que sobresale de mi pecho. El tren viene hacia mí, y no sé qué me depara. Y me encanta. Y me aterra. Y mi alma me dice:

paciencia

dejar de correr

dejar de tratar

dejar de sufrir

dejar de pensar

presente al 100%

mañana, ¿qué?

Mañana ¿quién?

Mañana ¿donde?

Y cierro esta segunda toma con el siguiente texto de Rilke, que acabo de leer en la maravillosa CTXT, y con la que me he sentido súper identificado. En la tercera toma os empiezo hablar de las maravillas propiamente senegalesas…:

“No tenemos ninguna razón para desconfiar de nuestro mundo, pues no está contra nosotros. Si tiene espantos, son nuestros espantos; si tiene abismos, esos abismos nos pertenecen; si hay peligros, debemos intentar amarlos. Y si orientamos nuestra vida solamente según ese principio que nos aconseja que nos mantengamos siempre en lo difícil, entonces lo que ahora se nos aparece como lo más extraño, se hará lo más familiar y fiel nuestro.»



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